El Arte de Emprender.

El ejercicio de emprender, como hecho diferenciador entre unos seres humanos y otros, conforma la existencia de quienes, primero, así lo deciden y después, lo llevan a cabo.
Conscientes o insconscientes de su libre acto, de coge su propia vida como ariete que derriba los portones de los inexpugnables castillos de la "normalidad" se sitúan a un extremo de la campana de Gauss de la habitual conducta social de "buscar la seguridad", y se convierten en personas insólitas, excepcionales, raras, extraordinarias, en fin... emprendedoras.
Claro está que estas personas se encuentran, como todos estamos acostumbrados, a la cabeza de organizaciones empresariales como socias o propietarias de las mismas, pero también las podemos encontrar en:
- asociaciones juveniles como responsables de coordinar las actividades del fin de semana,
- como personas empleadas de empresas multinacionales liderando un departamento,
- como técnicos/as de proyectos de una ONG responsabilizándose de la supervisión de los mil detalles de las acciones de cooperación internacional,
- como administrativos/as en una administración pública atendiendo al público en una oficina, asumiendo el servicio a la ciudadanía con un compromiso de mejora continua y dedicación comprometida.
Resultará, por tanto, que los hombres y mujeres emprendedoras no comparten en su raíz el hecho de montar una empresa, esto es solo un modo de emprender. Y sin embargo si encontramos una serie de elementos, consustanciales a todas ellas, que las definen y las terminan sacando, sin moverlas necesariamente de su sitio, su entorno, su profesión, de la normal distribución estadística que mide y representa gráficamente, el comportamiento social predominante.
Apasionarse, sacrificarse, ingeniárselas…estas son las tres características que, en esta breve reflexión, queremos poner en valor versus las tradicionales y no menos importantes capacidad de liderazgo, trabajo en equipo, habilidades sociales, asertividad, capacidad de planificación y coordinación, asunción de riesgo, comunicación en público, creatividad, constancia, innovación, formación continuada, experiencia aplicada, habilidades de negociación, y otras que se le han atribuido.
Apasionarse. Sentirse vivo es una gozada, no cabe duda… Vivir es un regalo de Dios, de la Madre Naturaleza, de Alá, de Confucio,..da igual, que cada quién invoque a la transcendencia en la que crea, y si no cree en ninguna, no importa…vivir es una pasada.
Percibir, sentir, que se nos pongan los pelos de punta, que se nos salten las lágrimas, que sintamos el pálpito de nuestro corazón reventándose en nuestro pecho, vibrar con una caricia, dar un apretón de manos, un abrazo, una mala contestación, un beso, un puñetazo en la mesa, un grito desgarrador de tristeza, una carcajada…somos emoción.
Fundamentalmente nos relacionamos con el mundo exterior a nuestro cuerpo mediante los sentidos, y estos recogen multitud de percepciones que nos hacen sentir y traducir estos sentimientos a emociones, que tras pasarlos por el crisol de nuestra memoria, razón, conciencia, nos emocionan.
No emprenda nada que no le emocione, las personas emprendedoras están en muchos momentos de su vida, de su trabajo, de su actividad, emocionadas con lo que hacen, con los proyectos, los logros y los fracasos. Ponen su felicidad no en la seguridad vacía de la monótona existencia de hacer algo que les aburre, les hastía y termina por alienarlos.
Las mujeres emprendedoras, los hombres emprendedores, han decidido ser felices, aún a riesgo de tener muchas veces sus emociones a flor de piel. Pero atención, no confundamos vivir apasionadamente, con el hedonismo inmediatista de los bohemios... las personas que viven emprendiendo viven sacrificándose.
Sacrificarse. El empuje creador del ser humano le lleva a esforzarse por mejorar sus condiciones de vida, esa fuerza la canaliza mediante su esfuerzo, su trabajo, su propósito constante de avanzar, de alcanzar nuevas metas, descubrir nuevos mundos, investigar lo desconocido. Y todas estas actividades son cansadas en sí mismas. Emprender se traduce en horas delante de un ordenador, de un volante, de viajes incómodos, en jornadas de trabajo más largas de lo saludable, en noches sin dormir para entregar un pedido la mañana siguiente, en días de entrenamiento, en superar lesiones, en sacar tiempo para estudiar y formarse de donde no lo hay, en renuncias familiares o ante seres queridos,...
Las personas emprendedoras no son ascetas que buscan la transcendencia con la mortificación. Sin embargo, son conscientes de que conseguir lo deseado te obliga a hacer renuncias. No se puede disfrutar de la sensación de subir a la cima de una montaña sin pasar las calamidades del camino y sentirse cansado por el recorrido de su ascensión. Y no es lo mismo subir en todoterreno, o en helicóptero, las vistas son igualmente sobrecogedoras, pero la sensación del montañero/a es indescriptible, es intrínseca, viene de dentro del propio ser humano, no solo de la contemplación del paisaje, sino que también tiene su origen en la propia lucha por la consecución de sus objetivos.
El esfuerzo, por sí mismo, no genera los resultados esperados y sacrificios muy continuados sin recompensa pueden desembocar en frustración. Para contrarrestar esta concatenación de causas o detonantes del fracaso, las personas emprendedoras aprovechan al máximo los recursos personales y del entorno, y para hacer esto hay que ingeniárselas.
Los recursos son un bien escaso: la energía, el agua, los alimentos, la tierra, el mar, el dinero, los recursos humanos. En toda sociedad, el acceso a los mismos está condicionado por normas, costumbres, leyes, principios morales, que están en la base de la “cultura” de ese grupo humano.
Por esta razón emprender implica un ejercicio creativo, no solo en el hecho lógico, por otra parte, de generar una idea de negocio en el caso de los emprendedores/as que se convierten en empresarios/as, sino que bajo el principio de la limitación de recursos, el acceder a ellos implica un continuado ejercicio de ingenio.
Ingeniárselas es conseguir que una entidad bancaria nos amplíe una póliza de crédito y crea en nuestra idea de negocio; es ingeniárselas convencer a una administración pública de las bondades de nuestro proyecto de cooperación internacional siendo una ONG tan pequeñita; ingeniárselas es buscar un método más ágil de atención al ciudadano y reducir los tiempos de tramitación de un expediente; es ingeniárselas reducir el consumo de papel, usándolo por las dos caras; ingeniárselas es desarrollar una nueva patente en la fábrica de coches para mejorar sus prestaciones.
La emprendedora y el emprendedor lucha contra las limitaciones que tiene para acceder a los recursos precisamente con el ingenio y el aprovechamiento sostenible de cuanto le rodea. Cuántas empresas no habrán comenzado en el garaje de unos padres, cuantos hermanos no habrán prestado el primer dinero para comprar la primera partida de materiales, cuantas parejas no habrán sido la primera persona empleada, cuantos equipos informáticos no se habrán reutilizado exprimiendo su rendimiento.
Esta conjunción de elementos, que hemos querido poner en valor hasta este momento, no pretende poner tanto énfasis sobre ellas que corramos el riesgo de que piensen que el resto de competencias emprendedoras son irrelevantes. Nada más lejos de nuestra intención. Pretendemos, tan solo, subrayar el hecho de que emprender es una decisión vital, que afecta a la vida cotidiana, a como se entiende y percibe la realidad y las relaciones humanas.
Las personas emprendedoras están hecha de otra pasta, como lo toreros, no es que les guste jugarse la vida, les gusta sentirse vivos en todo momento...y a ese sentimiento uno no puede darle la espalda.

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